Recensión de la obra: Cantar el infinito, De Juan, I.
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reseñaResumen
Primera publicación de Irene de Juan, a quien conocemos de sus enriquecedores programas en Radio Clásica, con un objetivo muy claro, captar la esencia del Romanticismo en el sincretismo de las artes o cómo este fenómeno interdisciplinar inundó el sentir del artista durante la era decimonónica. Las páginas de este libro transcurren en la misma línea que su labor radiofónica, con buenas dosis de erudición, pero en un estilo directo y sencillo que acertadamente huye de grandilocuencias. A través de ocho capítulos y un epílogo, de Beethoven a Mahler, todo un gran siglo en que el espíritu romántico nace, se desarrolla y, como es el destino de todas las cosas bellas, muere “en el estertor de las bombas de la Primer Guerra Mundial” (p. 260), entre la “paz armada”, la “Belle époque” o el “mundo de ayer” de Zweig, como recuerda la autora.
Por tanto, empezamos con la misma imagen del Romanticismo, con un Beethoven de quien desfilan diversas obras, Fidelio, Am die Geliebte Ferne o la monumental Novena, pero del que sabiamente se puntualizan las diversas concepciones de su música, a posteriori, de su música:
Beethoven es un compositor inclasificable, un clásico que rompe con el Clasicismo y abre camino hacia una nueva forma de expresión y concepción de la música. Su obra abarca un amplísimo arco estilístico, acercándose al pasado (principalmente al barroco de Bach y Händel, pero también a la polifonía renacentista), a su presente (el estilo clásico de Haydn y Mozart, la grandiosidad y el efectismo asociados a la música posrevolucionaria francesa) y al futuro, entendido como aquella música más visionaria que generó (sobre todo, en el inclasificable estilo tardío) con los últimos cuartetos como cima desde la que mirar al más allá. Pero para los escritores y filósofos de su tiempo Beethoven fue un romántico (p. 71).
El entramado romántico continúa a partir de la filosofía alemana, idealismo, Sehbsucht, “lo sublime”, fusión de las artes y, en consecuencia, siempre a la sombra de Beethoven, la Kunstreligion, y “las dos culturas de la música” de Dalhaus: la del entretenimiento y la de lo elevado, tal vez, no tan estancas como se piensan. El tercer capítulo está dedicado a Schubert y al héroe romántico por excelencia, Das Wandern, ya en pos de hermosas molineras, como en viajes sin retorno, con la nieve por las rodillas, hasta la caída a un abismo que también visitaron por turnos Chopin y Schumann, a través de ese otro gran protagonista romántico, el piano, ese cantante sin palabras que la autora representa, respectivamente, a través del Carnaval Op. 9 y la Balada Op. 23. Otro capítulo enjundioso representa la intersección entre música y literatura, uno de los platos fuertes de la época, a través de la Symphonie fantastique de Berlioz, el Fausto de Liszt o el Manfred de Tchaikovski. Probablemente, todas estas tendencias de aspiración al infinito culminan en la ópera wagneriana y su concepto de Gesamtkunstwerk, sobre todo, tras el estudio del autor de la filosofía de Schopenhauer, y el advenimiento de Tristan und Isolde (1865). El viaje continúa por el crepuscular Brahms, de nuevo, bajo la imagen del caminante, con su Rapsodia para contralto, coro y orquesta y algunas de sus canciones, en la senda despejada por Schubert y Schumann. Y el final por este fascinante viaje recae, como no podía ser de otra manera, en Mahler y su némesis vital Richard Strauss, y una Lied von der Erde que canta el final de un ciclo, el de una era romántica que, buscando el infinito, cae en el peor abismo que el mundo había conocido.
Es de reseñar el final del libro, donde la autora anima a rodearse de sonidos ante cualquier circunstancia de la vida:
Cantar el infinito. es el poderoso impulso de todos ellos para decir con másica lo inefable, lo que está más allá de las palabras y es el hilo que sostiene el móvil de creadores y obras que se ha ido expandiendo en estas páginas que llegan a su fin. Se desea que su lectura haya sido enriquecedora para el lector y contribuya a ampliar su relación con la música y a encontrarse con ella detrás de cada cielo, cada mar y cada abismo (p. 288).
Como ya viene siendo habitual en este tipo de publicaciones, el libro viene acompañado de una lista de reproducción de noventa pistas, a partir de un código QR, un glosario de términos, citados en negrita en el texto, y una extensa bibliografía que sigue demostrando la dificultad de aprehender en un solo volumen los bifurcados caminos románticos.
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